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Caminando con un Propósito de Esperanza y Fe

Entabla ese Viaje Interior hacia la Verdadera Abundancia que existe dentro de tu corazón. Explora un sendero de transformación espiritual donde lo eterno supera lo fugaz y donde cada paso es una oportunidad para acercarnos al corazón de Dios.

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“El que halla sabiduría halla la vida, y alcanza el favor del Señor.”  Proverbios 8:35

Emprender un recorrido hacia un destino seguro no siempre implica moverse físicamente de un lugar a otro. A veces, el trayecto más desafiante y revelador es el que emprendemos dentro de nosotros mismos. Vivimos rodeados de estímulos que nos alejan de lo eterno. Cada mensaje que recibimos desde el exterior parece conducirnos a una búsqueda constante de logros superficiales, posesiones innecesarias o validaciones que desaparecen con rapidez.

Sin embargo, hay otro tipo de riqueza, una más profunda, duradera y reconfortante. Aquella que no se mide con monedas, ni se guarda en cuentas bancarias. Es el tesoro espiritual que el Señor pone en nuestro corazón, y que espera que descubramos y valoremos.

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“El Señor afirma los pasos del hombre cuando le agrada su modo de vivir; aunque tropiece, no caerá, porque el Señor lo sostiene de la mano.”  Salmos 37:23-24

En ocasiones, el alma humana se extravía intentando encontrar sentido en lo inmediato, confundiendo plenitud con acumulación. Pero el corazón creyente sabe que el gozo genuino proviene de la obediencia, del agradecimiento y del contentamiento.

En ese andar, Cristo nos ofrece una brújula distinta. Él no nos invita a renunciar a todo lo material, sino a vivir con la conciencia de que nada de eso nos define. Que nuestro valor radica en el amor que damos, en las decisiones que tomamos, en la compasión que ofrecemos.

Cuando dejamos de vivir para tener y comenzamos a vivir para amar, descubrimos una paz que el mundo no puede otorgar. El propósito no está en el resultado externo, sino en la transformación interna.

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“Manténganse libres del amor al dinero y conténtense con lo que tienen, porque Dios ha dicho: ‘Nunca te dejaré; jamás te abandonaré.’”  Hebreos 13:5

Las cosas materiales, por su propia naturaleza, son pasajeras. Lo que hoy parece indispensable, mañana puede volverse irrelevante. En cambio, el crecimiento interior permanece, y es ese el capital que jamás se devalúa.

Es necesario aprender a soltar. A veces, eso implica renunciar a pensamientos, actitudes o hábitos que nos apartan del Reino. El egoísmo, la ansiedad por controlar, la envidia y la vanidad son cargas que dificultan el trayecto.

Renunciar no significa perder, sino ganar espacio para lo esencial: la fe, la gratitud, el perdón, la esperanza. Son estos los verdaderos equipajes de quienes viajan hacia la plenitud en Cristo.

Compartir lo que somos y lo que tenemos es un reflejo directo del amor divino en acción. Cuando entendemos que nada nos pertenece del todo, que todo es gracia, que todo proviene del Padre, entonces dejamos de retener y empezamos a ofrecer.

Ofrecer no solo lo material, sino también nuestro tiempo, nuestra escucha, nuestras oraciones. Una palabra oportuna, un gesto de consuelo, una oración silenciosa puede transformar el día de alguien y también el nuestro.

Dios se complace en aquellos que dan con alegría. Y más aún, en quienes dan en silencio, sin buscar reconocimiento, sabiendo que su recompensa viene del cielo.

En esta travesía espiritual, hay momentos de desierto, estaciones de duda, y pasajes de oscuridad. Pero incluso en esos espacios silenciosos, el Señor camina a nuestro lado. Su guía es sutil, pero constante; su presencia, aunque invisible, es real.

Es allí donde crece nuestra confianza. Cuando ya no entendemos el camino, pero lo seguimos. Cuando no vemos la salida, pero avanzamos. Porque el verdadero acto de fe no es caminar cuando todo es claro, sino continuar cuando todo parece incierto.

Dios no nos abandona. Cada paso que damos en su nombre nos acerca a una versión más auténtica y libre de quienes fuimos creados para ser.

“Ustedes, hermanos, no se cansen de hacer el bien.”  2 Tesalonicenses 3:13

El llamado del Evangelio no es a la comodidad, sino al compromiso. Una vida cristiana genuina es aquella que se entrega, que transforma, que construye comunidad. A medida que avanzamos, nos encontramos con otros caminantes que también buscan dirección, propósito y sentido.

Seamos para ellos señales, mapas, refugios. Que nuestra vida hable de la presencia de Cristo más que nuestras palabras. Que nuestros pasos dejen huellas de misericordia.

No existe destino más seguro que aquel en el que la voluntad de Dios se cumple. Y ese destino está más cerca cuando actuamos con humildad, cuando servimos con sinceridad y cuando dejamos que el Espíritu nos conduzca.

Hoy es una nueva oportunidad para ajustar el rumbo. Para aligerar la carga. Para cambiar de dirección si hace falta. No importa cuán lejos hayamos ido, ni cuánto tiempo llevemos perdidos. La gracia divina está disponible siempre. Nos resta solo abrir el corazón, volver el rostro al cielo, y dar el siguiente paso.

No caminamos solos. A cada momento, el Creador extiende su mano y nos recuerda que el lugar seguro que tanto anhelamos no es un punto geográfico, sino un estado de comunión con Él.

Que nuestros días estén llenos de decisiones que reflejen esta verdad: que lo eterno vale más que lo temporal, que el amor supera al orgullo, y que cada paso en fe es una victoria del alma.

Porque al final, el viaje más seguro es el que se hace con Dios como compañero.




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