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Descifrando el Problema Interior

Si logramos desplazar ese dolor o esa molestia interna encontraremos paz y equilibrio emocional. Navega por los siguientes versículos para poder sanar tu corazón.

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“Por tanto, todo el que me oye estas palabras y las pone en práctica es como un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca.” Mateo 7:24 

A menudo encontramos que el rencor y el odio, como sombras indeseadas, se entrelazan en nuestras relaciones. Estas emociones negativas pueden hallarse en diversos escenarios, ya sea en el seno familiar, en entornos laborales o académicos. Estas oscuridades de la mente, si se permiten arraigar, se convierten en un lastre que nos impide vivir en paz y armonía.

Quizás al repasar mentalmente nuestra lista de agraviados, nos damos cuenta de que cada nombre lleva consigo una historia de heridas, desigualdades o traiciones, ya sean intencionales o no. El desafío radica en detenernos y reflexionar sobre cómo estos resentimientos obstaculizan nuestra capacidad de perdonar y, en última instancia, afectan nuestra conexión con la fe.

La apertura del corazón, iniciada mediante la oración, nos proporciona un espacio para comprender, a través de la luz del Espíritu Santo, las razones detrás de esos sentimientos.

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“Mirad bien de que nadie deje de alcanzar la gracia de Dios; de que ninguna raíz de amargura, brotando, cause dificultades y por ella muchos sean contaminados.” Hebreos 12:15

Al nacer, se nos ha otorgado una fe intrínseca, arraigada en lo más profundo de nuestro ser. Esta semilla divina no se nutre de emociones fugaces, sino de la creencia inquebrantable en el Ser Celestial. Es fundamental comprender que la fe se encuentra anclada en el Espíritu Santo, y es este anclaje el que nos brinda la capacidad de perdonar a aquellos que nos han herido.

La fe, entonces, se erige como la brújula que nos guía en la travesía de superar los desafíos y las pruebas que la vida nos presenta.

La decisión consciente de pronunciar las palabras "te perdono" no solo impulsa nuestra sanación interior, sino que también desencadena una liberación divina. Este acto de perdón no solo es un regalo humano, sino una alineación con la gracia divina. Jesús, como el supremo ejemplo de amor y misericordia, nos amará eternamente.

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“Jesús le respondió: -Escrito está: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.” Mateo 4:4

En esos momentos de desesperación, en los que el peso del rencor parece insoportable, es nuestro Señor quien nos cuida, nos abraza y nos alienta a seguir adelante. Este amor divino, al penetrar en nuestros corazones, despeja las tinieblas del resentimiento, allanando el camino hacia una vida plena, marcada por la fe, la compasión y la guía infalible del Espíritu Santo.

La esencia del perdón se encuentra en la comprensión de que somos amados eternamente por Jesús. Nuestro Señor, en su magnanimidad, nos perdona y comprende. En los momentos de desesperación, es Él quien nos cuida, nos abraza y nos impulsa a seguir adelante. Este amor divino transforma y purifica nuestros corazones, permitiéndonos vivir en armonía con los principios que nos enseña la fe cristiana.


“Pero si tenéis celos amargos y ambición personal en vuestro corazón, no seáis arrogantes y así mintáis contra la verdad. Esta sabiduría no es la que viene de lo alto, sino que es terrenal, natural, diabólica.” Santiago 3:14-15 

El acto de perdonar no solo es un gesto humano, es una alineación con la fe que llevamos arraigada desde nuestro nacimiento. La fe, esa semilla celestial depositada en lo más profundo de nuestro ser, no se nutre de emociones ni sentimientos, sino de la creencia inquebrantable en el Ser Celestial.

Alimentar nuestra fe es esencial, especialmente en los momentos en que el perdón se presenta como un desafío. La decisión consciente de decir "te perdono" no solo sana nuestras heridas internas, sino que también desata una liberación divina que restituye la paz en nuestros vínculos.

En cada "te perdono", se abre una puerta hacia la sanación interior. La misericordia se despliega como un regalo divino que, al aceptarlo y compartirlo, transforma no solo nuestras relaciones con los demás, sino también nuestra conexión con lo divino. La luz del perdón disipa las sombras del rencor, allanando el camino hacia una vida plena de amor, compasión y, sobre todo, fe en la guía del Espíritu Santo.




Versículo diario:


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