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Recordaremos episodios específicos en donde pusimos a prueba nuestra Fe. Dichos acontecimientos nos dejaron mano a mano en un diálogo único e irrepetible con nuestro Creador. El Señor sabía que dichas circunstancias no eran pruebas para demostrar nuestra devoción.
“…El llanto puede durar toda la noche, Pero a la mañana vendrá el grito de alegría…” Salmos 30:5
En su misión, el Padre Celestial está convencido que como hijos de Jesús, nosotros debemos orar a diario para esas personas que se encuentran más cerca, nuestros seres queridos. También debemos orar por aquellos que nos enseñan, que forman a nuestros hijos, sobrinos y nietos. Orar por aquellos que viven en condiciones injustas, pasando dificultades. Siempre debemos recordar en oración esa estrecha relación que abonamos con Dios. Confesión, adoración, acción de gracias y súplica, sin importar el método que utilicemos, hablar con nuestro Padre nos conecta con su misión divina. “No se contenten sólo con escuchar la palabra, pues así se engañan ustedes mismos. Llévenla a la práctica”. Santiago 1:22.
Acudir a nuestro Creador cuando nos encontramos entre la espada y la pared nos resulta casi un acto reflejo. ¿Qué sencillo verdad? ¿Y a la hora de actuar? ¿Qué hacemos en el plano real para acercarnos y cosechar nuestra Fe?
Si hoy te encuentras leyendo la Biblia o alguno de sus pasajes, ya sea del viejo o el nuevo testamento, significa que estás intentando apropiarte de la palabra de Dios. Debemos estar agradecidos por tener la posibilidad de acceder de modo completo a sus enseñanzas. Las profecías y un sinfín de relatos que nos vienen a mostrar que el camino de la Fe es el único que nos puede salvar. Nos toparemos con algunos relatos muy suaves.
Claros y sencillos de interpretar. Los podremos recordar fácilmente y son los mismos que podremos retransmitir en nuestras acciones cotidianas. Los mismos que nos llevarán al próximo destino: cultivar la vida de la Fe de nuestros queridos hijos e hijas. La Biblia nos da herramientas con las que podemos construir puentes entre hermanos. Pero también nos permite profundizar los vínculos entre las generaciones futuras que no se hacen eco de la palabra divina. La clave radica en poder engendrar comunión entre pares, enmarcándonos en un manto de anhelo y de amor. Ofreciendo nuestra experiencia y habiendo comprendido que debemos expresarnos unidos en esos momentos que parece estar todo perdido.
Hemos aprendido que la esperanza se cultiva en la palabra de Dios, en la oración y en esta unión entre creyentes y con quienes aún no profetan la Fe. Resulta sencillo olvidarnos de estos pilares fundamentales. El descuido se encuentra a la vuelta de la esquina, pero indefectiblemente nos llevará a alejarnos de nuestro destino de Luz. El destino que nuestro Creador tiene para cada uno de sus discípulos. Perder dicha conexión con Dios nos representa olvidar nuestros valores más profundos. Hasta pareciera que dicha relación solía ser algo que no requería ser cultivado día tras día en oración y dedicación. La tentación siempre se hará presente en nuestra esfera de influencia.
Por sobre toda las cosas, somos seres permeables y eso nos confiere una facultad única: el perdón, el arrepentimiento y la capacidad de poder movernos hacia adelante en la causa del Señor. Su amor y en nombre de Jesús, podremos retomar nuestro dogma, fundamental para encarrilarnos en el camino celestial. “Y no sólo en esto, sino también en nuestros sufrimientos, porque sabemos que el sufrimiento produce perseverancia; la perseverancia, entereza de carácter; la entereza de carácter, esperanza.” Romanos 5:3-4