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“Entonces dijo Moisés a Dios: He aquí, si voy a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros, tal vez me digan: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé?” Éxodo 3:13
Moisés era un niño que se salvó del genocidio que decretó Faraón cuando ordenó la muerte de todo varón hebreo recién nacido.
Su madre lo tuvo escondido durante tres meses y luego lo colocó en un arca de papiro y lo dejó en el río Nilo, donde lo encontró la hija de Faraón quien adoptó al niño como si fuese suyo.
“Porque hemos oído cómo el Señor secó el agua del mar Rojo delante de vosotros cuando salisteis de Egipto, y de lo que hicisteis a los dos reyes de los amorreos que estaban al otro lado del Jordán, a Sehón y a Og, a quienes destruisteis por completo.” Josué 2:10
A pesar de esa posición favorecida y de las oportunidades que se le ofrecían en Egipto, Moisés se sentía ligado al pueblo de Dios, que entonces estaba en esclavitud.
De hecho, esperaba que Dios se valiese de él para liberarlo. A los cuarenta años, mientras observaba las cargas que llevaban sus hermanos hebreos, vio a un egipcio golpear a un hebreo.
“Porque el Señor vuestro Dios secó las aguas del Jordán delante de vosotros hasta que pasasteis, tal como el Señor vuestro Dios había hecho al mar Rojo, el cual El secó delante de nosotros hasta que pasamos,” Josué 4:23
En un intento por defender al israelita, mató al egipcio, y luego lo escondió en la arena. En ese preciso momento tomó la decisión más importante de su vida: “Por Fe Moisés, ya crecido, rehusó ser llamado hijo de la hija de Faraón, escogiendo ser maltratado con el pueblo de Dios más bien que disfrutar temporalmente del pecado”.
De este modo rechazó el honor y los bienes materiales de que pudiera haber disfrutado como miembro de la casa del poderoso Faraón.
“Y sucedió que tan pronto como Moisés se acercó al campamento, vio el becerro y las danzas; y se encendió la ira de Moisés, y arrojó las tablas de sus manos, y las hizo pedazos al pie del monte.” Éxodo 32:19
En realidad, Moisés creía que había llegado el momento en que iba a poder salvar a los hebreos. Pero ellos no apreciaron su esfuerzo, y cuando Faraón se enteró de la muerte del egipcio, Moisés tuvo que huir de Egipto.
Moisés hizo un largo viaje hasta Madián, donde buscó refugio. Allí volvió a ponerse de manifiesto el valor que tenía para actuar con firmeza a favor de los que padecen injusticias.
“Y vi que en verdad habíais pecado contra el Señor vuestro Dios. Os habíais hecho un becerro de fundición; pronto os habíais apartado del camino que el Señor os había ordenado. Tomé las dos tablas, las arrojé de mis manos y las hice pedazos delante de vuestros ojos.” Deuteronomio 9:16-17
Cuando los pastores echaron a las siete hijas de Jetró y a su rebaño, Moisés libró a las mujeres y abrevó el rebaño.
Como resultado, se le invitó a la casa de Jetró, donde trabajó para este como pastor de sus rebaños, y finalmente se casó con una de sus hijas, Ziporá, quien le dio dos hijos, Guersón y Eliezer.
“Y tomó Moisés del aceite de la unción y de la sangre que estaba sobre el altar, y roció a Aarón y sus vestiduras, y a sus hijos y las vestiduras de sus hijos; y consagró a Aarón y sus vestiduras, y a sus hijos y las vestiduras de sus hijos con él.” Levítico 8:30
Aunque el propósito de Dios era liberar a los hebreos mediante Moisés, no había llegado Su debido tiempo; además Moisés tampoco estaba preparado para encargarse del pueblo de Dios. Tenía que pasar por otros cuarenta años de preparación.