Accede a más contenido como este.
El río había desbordado y sólo podía ver desde el techo de nuestra casa como flotaban algunas de nuestras cosas en el agua. Nunca había estado tan desesperado y enojado a la misma vez. Miraba a mi mujer con total desconsuelo, casi sin entender lo que estaba sucediendo. La naturaleza nos había dado una lección y no podía comprender como Nuestro Padre nos estaba poniendo a merced de ella. Blasfemaba al cielo con total indignación, así también lo hacían algunos de mis vecinos en la misma situación que nosotros.
Pero pronto llegó la ayuda, nuestro pueblo es solidario y esa catástrofe lo iba a demostrar. Llegaron los pequeños barcos que nos recogían de nuestros hogares, casi tapados por completo por el agua. La solidaridad de nuestros hermanos nos había traído de vuelta a la fe y poco a poco pudimos rearmarnos. Nos habían brindado cobijo cuando más lo necesitábamos y nos ayudamos los unos a los otros para poder volver a casa cuando finalmente bajó el agua. Fue difícil, lo habíamos perdido todo, pero aún teníamos a nuestros hermanos. Gente que quizás no había visto nunca pero que no dudó un segundo en venir a socorrernos. Esa es la hermandad que pudo con la desesperanza y la falta de fe, porque muchos nos habíamos perdido en el enojo y sin embargo, fuimos apremiados con un pueblo unido, en la fe de Cristo Nuestro Señor.