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“Además, el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo.”

Mateo 13:44

Un tesoro a tu alcance


Sin el reino de Dios, estamos perdidos, y sin esperanza en el mundo; pero se nos proporciona la salvación por la fe en Jesucristo. Él es el tesoro, y cuando se han barrido las basuras del mundo, podemos discernir su valor infinito... La divinidad de Cristo era un tesoro escondido. Mientras estuvo en la tierra, a veces la divinidad fulguraba a través de la humanidad y se revelaba su verdadero carácter. El creador del cielo se manifestó en carne en la la persona de Jesús, y a esa manifestación le llamó hijo. Y la omnipresencia de Dios quedó plasmada cuando habló de Él “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”. Mateo 3:17. Pero la nación a la cual vino Cristo, aunque profesaba ser el pueblo de Dios, no reconoció al tesoro celestial en la persona de Jesucristo.

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Cristo no fue reconocido en su atavío de humanidad. Era el Maestro divino, el salvador del mundo ante sus ojos, el glorioso tesoro dado a la humanidad. Era el portador de nuestros pecados, pero su gloria incomparable estaba oculta bajo una cubierta de pobreza y sufrimiento. Veló su gloria a fin de que la divinidad pudiera tocar a la humanidad y el tesoro de inmenso valor no fue discernido por la raza humana, y toda esa majestad la dejó de lado para haitar entre nosotros “Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros”. Juan 1:14. Ciertamente, el tesoro está oculto en el atavío humano. Cristo es las riquezas insondables, y el que encuentra a Cristo, halla el cielo, no hay tesoro más grande que ese. El ser humano que contemple a Jesús, que more por fe en sus encantos sin par, encontrará el tesoro eterno en las moradas celestiales.