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Solemos cometer el error de sofocar a nuestros seres queridos cuando nos volvemos demasiado protectores. En el afán de cuidar cada una de decisiones o de evaluar cada paso que dan podemos ser muy invasivos cuando en realidad lo que queremos ser es amorosos y comprensivos. Contemplar sus modos de vida o sus elecciones no va a estar siempre bajo nuestro control. Pueden encontrar en nosotros como hermanos una guía o un consejo, pero debemos comprender que el mejor consejo y el más sabio siempre estará en manos de Dios Padre.
Disponernos a confiar en que Él será el encargado de velar por el futuro de nuestros seres queridos, y que nuestras preocupaciones sólo entorpecerán sus caminos y decisiones. Ser demasiado temerosos o querer estar presentes en cada reto que asuman, sólo coartará sus libertades y nuestros seres amados pertenecen a Dios Padre, quien decidirá cada obstáculo en su gracia. Podemos descansar en que los ciudará tanto como nosotros mismos lo haremos y orar y alabar al Señor para que cumpla con su tarea como Padre de todos los hombres. Apelar a su criterio justo y a que los reprenderá siempre que desvíen su camino y entregarnos a su voluntad divina.