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“No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.” Filipenses 4:6-7
Confiésate. Dile a Dios tus más profundos secretos, para que de esa manera puedas construir una relación nueva, más pura, más basada en la verdad y sin manchas. Es por eso que es importante recordar la ligereza de espíritu que experimentaremos al confesar todos nuestros pecados y pensamientos oscuros, lo renovados que nos sentiremos una vez que no tengamos nada que nos contamine en nuestro interior.
“Regresa y dile a Ezequías, gobernante de mi pueblo, que así dice el Señor, Dios de su antepasado David: He escuchado tu oración y he visto tus lágrimas. Voy a sanarte, y en tres días podrás subir al templo del Señor.” 2 Reyes 20:5
Arrepiéntete. Confesar nuestros pecados o todos aquellos pensamientos que encontramos perturbadores no es enteramente suficiente: claro está que es una buena parte del camino a recorrer, pero tengamos en cuenta que nuestro arrepentimiento tiene que ser genuino, puesto que sólo así lograremos el perdón absoluto que Cristo nos promete. Recordemos que una confesión sin arrepentimiento es como una casa construida sobre la arena.
“Entonces Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados, y mirando al cielo, los bendijo. Luego los partió y se los dio a los discípulos para que se los repartieran a la gente. Todos comieron hasta quedar satisfechos, y de los pedazos que sobraron se recogieron doce canastas.” Lucas 9:16-17
Recíbelo. Una vez que nos encontremos libres de pecado y experimentando una única pureza de espíritu, sólo en ese momento es cuando realmente podremos recibir a Dios n nuestros corazones. Sentir a Dios presente en cada fibra de nuestros músculos, en cada célula de nuestro cuerpo afianzará nuestra Fe y potenciará nuestras virtudes.
“A ti, Dios de mis padres, te alabo y te doy gracias. Me has dado sabiduría y poder, me has dado a conocer lo que te pedimos, ¡me has dado a conocer el sueño del rey!” Daniel 2:23
Agradécele. Una vez que seamos vivos testigos del poder sanador de Cristo Jesús, es importante tomarse el tiempo necesario y observar la transformación de la que hemos sido partícipes; para luego estarle eternamente agradecidos al Santo Creador por toda aquella obra de bien que en nosotros hizo; por habernos convertido en instrumentos de Su paz.