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Cuando hablamos del paraíso nos viene una imagen mental... ¿Realmente comprendemos su importancia? Exploremos el siguiente artículo para develar un gran misterio.
“Los cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento proclama la obra de sus manos. Un día comparte al otro la noticia, una noche a la otra se lo hace saber.” Salmos 19:1-2
El concepto del paraíso siempre nos fue presentado como el jardín del edén, aquel lugar paradisíaco donde viviremos todos juntos luego del juicio final, aún junto a nuestros seres queridos que ya no están físicamente junto a nosotros; pero Jesús nos promete mucho más que eso que aquel concepto encierra. Él nos ofrece la posibilidad de vivir eternamente a su lado, siendo beneficiarios de su amor incondicional.
“Dios construye su excelso palacio en el cielo y pone su cimiento en la tierra, llama a las aguas del mar y las derrama sobre la superficie de la tierra: su nombre es el Señor.” Amós 9:6
La promesa de la vida eterna encierra un camino iluminado por la gracia divina, en la que todos nuestros pecados de la vida pasada han sido lavados por el perdón divino, a modo de una segunda oportunidad y demostración del amor que Dios tiene por todos sus hijos, sin importar lo hecho en vida, como volver a comenzar. El paraíso es una segunda oportunidad.
“Mis caminos y mis pensamientos son más altos que los de ustedes; ¡más altos que los cielos sobre la tierra!” Isaías 55:9
El paraíso es el lugar de encuentro no sólo con aquellos que pasaron a mejor vida, sino que también es el momento crucial en el que nosotros mismos nos encontraremos con Dios Padre; finalmente podremos verle a los ojos y decirle cuánto le queremos y cuánto hemos esperado por ese momento. Es por eso que es importante recordar todas aquellas veces que hemos orado incesantemente o nos hemos refugiado en Su santa palabra para pedir Su santo consejo.
“Después los llevó Jesús hasta Betania; allí alzó las manos y los bendijo. Sucedió que, mientras los bendecía, se alejó de ellos y fue llevado al cielo.” Lucas 24:50-51
También es importante considerar el regalo de la vida eterna, justamente como un presente que Dios nos quiere hacer por dedicar una vida entera a vivir bajo los preceptos de amor que Él pretende; por sortear todas las pruebas que Él puso en nuestro camino y de esa manera fortalecer nuestro espíritu para así convertirnos finalmente en dignos hijos suyos. El paraíso es, entonces, la recompensa última por haber llegado a la meta final.