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No faltará el día que uno de tus hijos, o alguno de tus alumnos o simplemente Tú te preguntas “¿qué ocurrirá cuando arribe al Cielo?” ¿Qué es lo primero que imaginamos? ¿Cómo traer el cielo a la tierra? ¿Podré ingresar en el Reinado final? ¿Será ese mi destino final?
Podemos trasladar miles de preguntas y conjeturas posibles, pero no podríamos desasnar nuestros cuestionamientos. Simplemente debes ser el reflejo de Dios. Nada más ni nada menos. Nuestro Padre debe estar presente en tu mente, en tu alma y tu corazón. Todas sus enseñanzas nos guiaron durante siglos en la divinidad.
Sus palabras y bendiciones no nos permiten desviarnos de nuestro destino finito. Ya que en nuestro destino infinito, de vida eterna , tendremos siempre presentes los principios de luz, los mismos que nos mantienen unidos a la Fe.
“Hubiera yo desmayado, si no creyera que he de ver la bondad de Jehová en la tierra de los vivientes. ¡Espera en Jehová! ¡Esfuérzate y aliéntese tu corazón! ¡Sí, espera en Jehová!” Salmo 27:13,14
Aquellos que sabemos esperar el deseo y cosechamos la voluntad de Jesucristo, tendremos un lugar asegurado en su Reino celestial. Llegaremos plenos y esperanzados de haber cumplido con su voluntad. Nadie se quedará apartado de sus bendiciones, ya que nuestro Padre resulta ser muy bondadoso y no perderá la oportunidad de poder reencontrarse con nosotros. Tarde o temprano, su voluntad se hace. En la Tierra, como en el Cielo.
Tampoco querrá que te pierdas la experiencia de poder rodearte de aquellos seres queridos que iluminaron nuestros corazones en vida y que en vida eterna, nos deseamos reencontrar en las puertas del Cielo. ¿Por qué mantenernos alejados entonces de ese deseo? No resulta ser una ilusión, sino que se nos ofrece la salvación. La Paz necesaria para reconciliarnos con nuestro padre celestial y con nosotros mismos. Jesús vino a reparar con su bendición nuestros corazones desesperados, vacíos de esperanza.
“venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. Mateo 6:10
Nunca debemos dudar de las predicciones que se manifestaron en las Santas Escrituras. Apartarlas de nuestra cabeza, dejarlas ajenas de nuestro vocabulario, implicaría ser extranjeros o extraños en la casa del Señor. En su entorno más profundo, en su corazón.
“Nada hay tan engañoso como el corazón. No tiene remedio. ¿Quién puede comprenderlo? «Yo, el Señor, sondeo el corazón y examino los pensamientos, para darle a cada uno según sus acciones y según el fruto de sus obras.»” Jeremías 17:9-10
Como extranjeros en el reino de Dios, nos sentiremos como el que vive en otro país u otra provincia. Desconociendo el idioma. Sin comprender la cultura, ni las costumbres que amalgaman la sociedad. Como hijos de Jesús, no podemos olvidar que él nos une en la Fe. Vincula los corazones de todos y todas. Somos iguales ante él, ya que heredamos sus bendiciones y como buenos creyentes, somos parte de un todo. De una gran familia, la familia de Dios. Una familia que nos permite estar seguros en este plano de vida y en la eternidad, ya que eso es lo que nos mantiene firmes para progresar y seguir su buena voluntad.
“Que el Dios que infunde aliento y perseverancia les conceda vivir juntos en armonía, conforme al ejemplo de Cristo Jesús”. Romanos 15:5