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Reavivando el Llamado del Amor

Nutrir nuestro ser con la presencia del Espíritu Santo nos permite reencontrarnos con la esencia del amor y la Fe. Descubre en este artículo cómo fortalecer el vínculo con tu corazón y con Dios.

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“El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es el baluarte de mi vida, ¿quién me hará temblar?” Salmo 27:1

A menudo, nuestro sendero se nubla con las exigencias del día a día, y nos encontramos atrapados en un torbellino de responsabilidades que nos alejan de lo esencial. Es común escuchar frases como “el tiempo no me alcanza” o “estoy agotado después de un largo día”, excusas que, sin darnos cuenta, nos apartan de aquellos que más necesitan nuestro cariño. Sin embargo, si caminamos bajo la guía de Jesús y nuestro Padre celestial, nuestras decisiones estarán siempre iluminadas por Su luz eterna, recordándonos que el amor verdadero nunca debe ser relegado.

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“En ti, Señor, he puesto mi esperanza; no dejes que me avergüence jamás; líbrame por tu justicia.” Salmo 31:1

Nuestros seres queridos nos ofrecen un reflejo del amor divino, manifestado en gestos simples: un abrazo cálido, una risa compartida o una pregunta que busca sabiduría. Estos momentos son oportunidades sagradas para transmitir los valores de las Escrituras, una misión que Dios nos ha confiado para edificar a quienes nos rodean. La energía de los niños, la experiencia de los mayores y las inquietudes de los jóvenes se entrelazan en el hogar, creando un espacio donde la fe florece. ¿Cómo no maravillarnos ante el Creador que diseñó este tejido de amor, invitándonos a vivir con plenitud y gratitud bajo la guía del Espíritu Santo?

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“Yo soy el camino, la verdad y la vida —le contestó Jesús—. Nadie llega al Padre sino por mí.” Juan 14:6

Desde Su trono celestial, nuestro Padre anhela que construyamos familias fundamentadas en la fe, donde cada decisión refleje Su verdad. La oración, ofrecida con un corazón sincero y formada por las enseñanzas de quienes nos precedieron, nos conecta con la esperanza que Jesús promete. Es a través de este diálogo con lo divino que encontramos la fortaleza para priorizar lo eterno sobre lo pasajero, edificando un hogar donde Su presencia sea el cimiento.


“Confía en el Señor de todo corazón, y no en tu propia inteligencia.” Proverbios 3:5

Cuando elegimos formar una familia bajo los principios de la fe, reconocemos que no hay mayor propósito que nutrir este vínculo con amor y devoción. Ninguna circunstancia externa debe apartarnos de este llamado, pues en la unión familiar encontramos la purificación y la renovación que Dios ofrece. Juntos, desde los más pequeños hasta los más sabios, caminamos hacia un destino de luz, apoyándonos mutuamente y dejando que la esperanza guíe cada paso. Que nuestro hogar sea un reflejo del amor eterno de nuestro Salvador.




Versículo diario:


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