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Muchos profesionales de las finanzas podrían dejarnos boquiabiertos al intentar enseñarnos qué resultaría más conveniente a la hora de generar una acumulación de capital. Invertir en moneda extranjera. Ponderar la diversificación de nuestro capital en fondos de inversión. Comprar acciones de una empresa emergente. En su traducción anglosajona, el ROI (return of investment) nos sitúa en un universo que a primera vista parecería muy lejano. Todo en pos de poder generar un flujo de regreso de lo invertido, superior al monto colocado en primer lugar.
Nosotros que estamos encomendados a Dios, deberíamos situarnos en un escenario de similares características. Deberíamos poder hablarles a estos especialistas financieros de los beneficios de la Fe. Resulta inversamente proporcional aplicar sus principios de inversión, pero en nuestro caso ofreciéndoles las ventajas que genera confiar nuestra vida al camino de nuestro Creador. Resulta necesario soltar, prescindir y abandonar esos deseos de acumular sin sentido. “Hay un grave mal que he visto debajo del sol; las riquezas guardadas por sus dueños para su propio mal; Las cuales se pierden en malas ocupaciones, y a los hijos que engendraron nada les queda en la mano” Eclesiastés 5:13-14
A veces los malos hábitos nos acorralan y nos enceguecen. Perdemos nuestros principios y sólo consideramos aferrarnos a la soledad. Se abren las puertas del caos, donde preponderan las necesidades superficiales. La insuficiencia de claridad y amor nos llevan a idolatrar a personajes que no conocemos en profundidad. Nos dignamos a amar a la gente que no nos deja crecer como seres humanos. Estos son los momentos en los que debemos identificar que nos detiene. Inmediatamente, debemos removerlo con la ayuda del Espíritu Santo. Orando a diario para que podamos comenzar el cambio. Para poder tomar la decisión y que, con la ayuda del Señor podamos ver el fruto de nuestra decisión. “Y será que, si oyeres diligente la voz de Jehová tu Dios, para guardar y poner por obra todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy, también Jehová tu Dios te pondrá en alto sobre todas las naciones de la tierra; Y vendrán sobre ti todas estas bendiciones, y te alcanzarán, cuando oyeres la voz de Jehová tu Dios. Bendito serás tú en la ciudad, y bendito tú en el campo. Bendito el fruto de tu vientre, y el fruto de tu tierra, y el fruto de tu bestia, la cría de tus vacas y los rebaños de tus ovejas. Benditas serán tu canasta y tu artesa. Bendito serás en tu entrar, y bendito en tu salir” Deuteronomio 28:1-6.
No va a faltar momento en que tengamos que conocer nuestras limitaciones como practicantes de la Fe. Poder reconocerlo y compararlo con nuestros pares. Este ejercicio nos propone un espacio de entendimiento en que se nos brinda una oportunidad. Es esa oportunidad de poder entender que todos podemos equivocarnos en algún momento. Tenemos que perdonarnos. Hoy, ahora. Poder darnos nuevas ocasiones para reencontrar el camino de la Fe. El error es humano, perdonar es divino. Es la base de todo sentido en la construcción cotidiana de los pensamientos y de nuestras oraciones, siempre encomendadas al Señor.
El camino de la vida, el destino de Fe que estamos recorriendo está atravesado de vicisitudes. Problemas que no podemos manejar ni anticipar. “Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra.” 2 Timoteo 3:16-17