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Existe hoy en un día una visión ligada al exitismo pleno, en la que no se puede fallar ni por un centímetro de nuestros objetivos. Lo cierto es que es muy importante tener metas para sentirnos motivados, pero que ello no se convierta en un camino hacia el pensado éxito plagado de exigencias.
Había algo de tensión entre dos niños que asistían al mismo colegio: uno le señalaba al otro que él sacaba mejores notas pese a no creer en Dios y a no ir nunca a misa. Frecuentemente, se burlaba de la fe de su compañero y le decía “que no le servía para nada”. Lo que no comprendía era que las calificaciones o el estudio de las asignaturas en sí mismo no estaba ligado a la creencia del otro niño, que Dios Padre no lo beneficiaría con mejores notas si él estudiaba poco o tenía más dificultad para entender algunos temas. Nuestro Padre Santo obrará de muchos modos que no nos resultarán inteligibles o quizás, que no podremos ver hasta que suceda. No resulta entonces una buena conducta estigmatizar la fe del otro, como así tampoco lo será compararse o burlarse de las creencias que pueden no ser compartidas. El éxito reside en contemplar las diferencias y engrandecer el corazón para poder recibir el amor del prójimo así éste no haya encontrado aún a Dios.