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“Y Él les decía: el día de reposo se hizo para el hombre, y no el hombre para el día de reposo.”

Marcos 2:27

Sin descanso


No podía dejar de trabajar un sólo segundo: llegaba a casa y seguía pensando en qué había dejado sin resolver, me iba a la cama y sólo podía repasar qué tareas tendría que hacer a la mañana siguiente. Estaba colapsada, realmente sobrepasada de responsabilidades. Lo cierto es que me había perdido varias de los momentos importantes de mis niños por no poder reprogramar reuniones en el trabajo, había faltado a cumpleaños familiares por estar tan agotada que sólo podía irme a la cama sin siquiera cenar.

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Entendí cuando mi hija me reclamó: “te olvidaste de mi acto escolar”, y eso me devastó. Comprendí que debía hacer un cambio y organizar mis prioridades y comencé a poner límites en mi trabajo. Aunque no me resultó fácil, empecé a delegar tareas y pronto estuve más presente en casa y compartiendo con mi familia. Así, los días de descanso empezaron a ser de comunión, de reflexión y de rezo (hábito que había postergado por mi agenda). Me sentí poco a poco mucho más plena, conectada con mis seres queridos. Tuve que dejar de pensar en mi misma de manera egoísta, compartir mi tiempo y mi voluntad, estar presente y en convivencia con Dios Padre para encontrar la paz.