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Hablar con inteligencia, con elocuencia, y tener la facultad de dirigirnos a los demás con palabras profundas, o de nombrar el amor, sin alojar amor en nosotros verdaderamente, resulta como un instrumento que sólo hace ruido, sin música, sin poder ser algo real en su esencia. Es difícil de definir al amor, pero no resulta sólo inteligencia, o sólo emoción, o conocimiento de lo bondadoso.
Cuando nos acercamos al amor real, deseamos la realización del prójimo, con paciencia y confianza, y de la misma manera funcionamos con el amor propio. El amor se goza de la verdad. Desde que conectamos con ese sentimiento nuestras palabras saldrán de nosotros con verdad, con sinceridad, y en coherencia con quienes somos, con la manera en que sentimos, evocando música en nuestras palabras.