Accede a más contenido como este.
Todos experimentamos un sentimiento en común cuando vemos que uno de nuestros hermanos se encuentra sufriendo. Pensamos de qué forma podríamos ayudarlo, ideamos planes a futuro y hasta nos involucramos tanto en esa tarea que nos olvidamos de todo lo que nos rodea. Sentimos una responsabilidad grande cuando es el otro el que está en pena, queremos sacarlo de allí y hacer lo posible para disipar esa tristeza. Lo cierto es que en ese proceso podemos olvidarnos de cuidar de nosotros mismos. Siempre resulta más sencillo ocuparse perdidamente de los problemas ajenos para no resolver los propios, para no enfrentarse con una realidad que nos abruma.
Cuando comencemos a fundirnos en la situación de nuestros hermanos debemos recordar que Dios también estará allí para velar por ellos, que no estarán solos y que podrán contar además con nuestra ayuda. Resulta riesgoso dedicar todos nuestros esfuerzos por querer “sacar” a alguien del malestar, ya que podremos estar desatendiendo nuestra propia llamada de Dios Padre. Cuando pensemos que el otro nos necesita más, quizás también necesitemos de nosotros mismos, de una mirada introspectiva y sincera, de una reflexión profunda en el análisis de las razones por las que nosotros comenzamos a quitarnos prioridad.